martes, 20 de septiembre de 2011

Chillida Leku


En el país vasco, una parte de su paisaje está cubierto de colinas onduladas, en una de ellas, de un especial verde intenso, una casa museo se asienta  en su parte más alta. Es el Chillida Leku.


El verano pasado Ana estuvo en el país Vasco y aprovechó para visitar la casa de Chillida.  Ella no conocía muchas cosas de este artista, pero su casa la impresionó profundamente y se sintió cómoda en aquel espacio. Parecía Como  si  la misma mano que  hace miles de años acarició un trozo de tierra hasta suavizarlo y convertirlo en una colina, había  recogido los restos de un caserío para modelarlo  trasformándolo en una obra de arte.  Una viga central  cruzaba la casa de Chillida. Pero no  era una viga cualquiera; su destino fue determinado años antes por el artista cuando formaba parte de un árbol joven. Diez años esperó Chillida para talar ese árbol, el elegido. Solo podía ser este y ningún otro el que cumpliera el papel de  columna vertebral. Cuánto debió desear una casa  tan personal y única que pudiera albergar sus obras, como para esperar tanto tiempo a que el árbol creciera, que estuviera a punto. Mientras recorría los diferentes espacios, Ana pensó en lo mucho que se empeñaba en algo  cuando le hacía ilusión, pero aquella fuerza que la movía en un inicio iba desapareciendo si no lograba cun resultado a mediano plazo. Cuando vio la paciencia representada en el Chillida Leku, pensó  en la poca tolerancia que ella tenía con respecto a la frustración y lo necesario  que le parecía aprender a superarla.

Si, la casa de Chillida era un espacio abierto, pero no  de manera  desproporcionada. La luz parecía medida cuidadosamente a través de diferentes estrategias arquitectónicas  que le habían parecido increíblemente originales,  estrategias pensadas únicamente para  que la luz pudiera acariciar  a aquellos objetos acogidos entre esas paredes gruesas de (piedra?). –Fíjate -se dijo  a sí misma- este hombre que ya de mayor buscó un espacio durante tanto tiempo hasta que lo encontró, y que luego tardó otro tiempo más en trasformarlo en una  casa-museo….y que no  decayó, no decayó y fue capaz de esperar diez años a que el árbol  estuviera listo porque  era el que tenía que estar allí. Esto es un buen aprendizaje ¿no?, un buen referente en mi camino para aprender a tolerar la frustración y también para aprender a disfrutar del proceso más que  en fijarme sólo en el resultado. Lo admiro, lo  envidio, valoro su sencillez, su perseverancia, su profundidad.
 

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